En los pueblos y países hay personajes importantes y populares por sus grandes valores culturales, cívicos y políticos, pero también otros son peculiares por cuestiones diferentes, como haber cometido un atraco, un asesinato o un hecho delictivo excepcional.
El Hombre Rata es famoso en el Ecuador y cuando hay un buen robo en Guayaquil o Quito, al primero que recuerdan los policías es a él. Su celebridad nació en 1971, cuando junto con dos compañeros exvacó un túnel de cinco cuadras de largo para llegar a la joyería Luxor, de Guayaquil, de donde se sustrajeron alhajas por cientos de miles de sucres.
Locuaz, nervioso, astuto, inteligente, con lucidez chispeante en la mirada, fue expuesto a los periodistas como una prueba de éxito policial, pero él aprovechó para pregonar su inocencia, aunque debió permanecer recluído hasta que comprobaran, en todas las ciudades del país, que no tenía cuentas pendientes con la justicia. Es un fichado.
Su verdadero nombre es Enrique García, pues lleva el apellido de su madre porque no tuvo padre conocido. A los seis meses de edad fue entregado a los esposos Luis Lituma y Mercedes Luzuriaga, en Gualaceo, porque su madre no podía mantenerlo.
Durante 20 años vivió en ese hogar ajeno y se familiarizó con los hermanos de crianza, a quienes respeta y no quiere desprestigiarlos con su apellido: "Yo les ruego, señores periodistas, aclarar que mi apellido es García, porque no quiero perjudicar a esa familia tan digna". Tiene mujer y cinco hijos, que llevan su apellido, García.
Nunca tuvo partida de nacimiento ni cédula de identidad, pues para el colmo de su mala suerte hace cincuenta años, cuando había nacido, una huelga indígena de San Juan incendió las oficinas del Registro Civil y convirtió en cenizas su identificación. El hombre está jodido.
Pero no pierde la esperanza de obtener su cédula, pues su amigo Jaime Hurtado González, un político conocido en todo el país, le ayuda en los trámites jurídicos para buscar la manera de formar parte del inventario estadístico de los ecuatorianos, de la misma manera que le ha socorrido en innumerables aprietos policiales.
Cuando tenía 20 años se sintió extraño en el hogar donde vivía y decidió probar suerte por la costa, hasta encontrar trabajo en Tenguel, con los gringos explotadores de banano, con quienes permaneció hasta que la empresa United Fruit Company salió del país y se quedó sin empleo.
Deambuló por Guayaquil hasta ocuparse como cobrador de pasajes en los buses, pero la inestabilidad del trabajo le tenía angustiado de carro en carro, entre pequeños levantes a los choferes y a los pasajeros. Un día fue a parar de ayudante de un trailer de una empresa comercial, donde se le presentó la primera experiencia que le llevaría a la cárcel: el chofer estacionó el vehículo en una calle y se fue, encargándolo que cuidase todo por un buen rato.
"Yo vi por allí una llanta grande de emergencia, hasta que me quedé dormido. Cuando desperté aún no había regresado el chofer, pero la maldita llanta había desaparecido. Sospecharon de mí, me metieron a la policía y me sentenciaron a prisión por robo", recuerda.
Salió de la cárcel y seguía peloteado sin trabajo, desesperado, hambrientos él y su familia, cuando conoció a dos amigos con quienes planeó algunas raterías: "Siempre fui partidario de respetar la vida y la integridad ajena y me puse de acuerdo con mis amigos para no causar víctimas". Los amigos eran Caicedo y Lojano y con ellos puso los ojos en la joyería Luxor.
El trabajo de excavación fue duro y penoso porque había fango, podredumbre, cucarachas, ratas, olores pestilentes. A los dos meses lograron ingresar al establecimiento para acarrearlo todo lo que había dentro. El perjudicado denunció que el robo sobrepasaba de los 400 mil sucres.
García relata con entusiasmo su aventura. Afirma que es creyente y durante las interminables jornadas de excavación, con un combo y cinceles, se confiaba a Dios rogándole que no le cayera la tierra encima.
La felicidad del dinero mal habido fue poco duradera. "Mis amigos, pese a que ya eran fichados, actuaron como novatos, apresurándose a vender las joyas y despertando sospechas, hasta que fueron detenidos y confesaron todo, para alcanzar la sentencia de 12 años en la penitenciaría del Litoral que me impusieron porque también me agarraron".
A los seis meses de encierro pensó en los horribles 12 años interminables que le esperaban casi enteros y planeó la fuga, para escapar por una ventana, por los techos, a la calle, junto con otros dos prófugos que se arriesgaron a acompañarlo. También esta libertad le fue efímera, pues un mes despuéscayó recapturado.
Pero Lituma ya era importante y popular, porque los medios de comunicación desplegaron en grandes titulares sus hazañas. Un periodista le preguntó sobre la experiencia subterránea en la oscuridad y apareció en un diario un titular que hablaba del Hombre Rata, que fue el bautizo de su identidad para toda la vida, dejando atrás la confusa situación de sus verdaderos nombres.
El apodo no le perjudica: "Yo me siento un hombre normal y eso de rata no tiene importancia, solo que cuando me publicaron así, con mi foto en los periódicos, la gente iba a buscarme para conocerme, pensando que tal vez yo tenía rabo o algo de rata, paero se extrañaban de verme así como verdaderamente soy".
Pasó varios años en prisión hasta que un día el director de la cárcel ordenó que los reclusos fueran a buscar leña en el río porque se había averiado una cocina de gas. Lituma aprovechó la oportunidad y se fugó por segunda vez. No se había largado propiamente, sino que se escondió entre unos montes, donde no pudieron encontrarle y se fueron los guardias penitenciarios y los presos. A poco, otra vez fue a dar en prisión, mientras su fama crecía con las noticias del delincuente que sumaba a las habilidades roedoras la del fugador de oficio.
La tercera fuga fue hace cuatro años, cuando salió con Vicente Morics, un afamado narcotraficante con quien fue a parar en Colombia, donde él, después de disfrutar de la segura protección del Hombre Rata, lo abandonó.
En Colombia aprendió la profesión de Mecánico Dental Ambulante, que la ejerce aún y le permite subsistir honradamente con los suyos. Se había hecho amigo de un dentista ambulante que iba con su maletín ofreciendo sus servicios al público por las calles, plazas y mercados. A Lituma le gustó el oficio y actualmente de eso vive en Guayaquil: lleva el maletín con acrílicos y dentaduras y va por todas partes proponiendo dentaduras a la gente que lleva la boca vacía: "si cuando las pruebo no encaja bien, saco el molde y las fabrico en poco tiempo, por 200 o 300 sucres, trabajo por el cual un dentista titulado cobra dos y tres mil sucres".
Alguna vez un "colega" titulado le amenazó con denunciarlo, pero él le respondió que si le meten a la cárcel por hacer este trabajo para ganarse la vida, no le importa. Yo no quiero que me metan otra vez por ladrón, dice.
Con sus fugas y todo, Lituma asegura haber cumplido la condena a doce años de prisión, pues inclusive le regalaron dos años por su buena conducta. Mientras hace declaraciones, los policías no le quitan los ojos encima, no vaya a hacerse humo en su delante.