El seminario de Monay, en un barrio suburbano al oriente de Cuenca, es escenario de un cónclave de obispos y curas ecuatorianos que analizan la realidad social de Ecuador y América Latina.
La presencia de Leonidas Proaño Villalba, Obispo de Riobamba, recuerda aquel episodio escandaloso de agosto de 1976, cuando una cita similar en el Hogar de Santa Cruz, terminó abruptamente por la incursión de militares -eran tiempos de dictadura-, para capturar a varios prelados acusándolos de planificar acciones subversivas.
En 1944 fundó en su provincia el periódico La Verdad, "portavoz de los que no tienen voz". En Riobamba creó las Escuelas Radiofóniocas Populares, el Centro de Estudios y Acción Social, el Instituto Campesino Tepeyac y el Hogar de Santa Cruz, obras destinadas a la redención de los indígenas, para quienes estaban vedados todos los derechos.
La cita para la entrevista es el Seminario de Monay. El prelado espera al periodista en la puerta principal del enorme edificio de ladrillos visibles. Ese hombre recio, moreno, cabeza gris, con terno plomo común, sin distintivo alguno, ¿será monseñor Proaño?
Las dudas se disipan cuando toma la iniciativa y se presenta con la mano extendida para un apretón cordial: "le esperaba". Prefiere conversar fuera del edificio, sentados sobre el césped, al aire libre, ante la proximidad del río.
¿Qué cambios aprecia en la sociedad ecuatoriana, durante el tiempo de su experiencia sacerdotal?
-Puedo más bien referirme al cambio en la provincia de Chimborazo y desde allí opinar con una proyección: tomando en cuenta cómo vivían los indígenas hay un notable cambio en los últimos 25 o 30 años. El indígena ha recuperado su palabra. Ya no es un hombre tímido, tan confiado, tan recluído, como en aquella época.
Igual cosa sucede en el resto del país donde hay indígenas. Tampoco se puede dejar de lado a otros sectores sociales en los que igualmente hay cambio visible en las organizaciones populares.
Cuando yo llegué hace 30 años a la diócesis de Riobamba, habían pocas organizaciones religiosas, del tipo de cofradías, que se reunían una vez al año en Semana Santa, grupos que no tenían otras preocupaciones que las religiosas. Poco a poco ha ido tomando fuerza la conciencia de grupo y actualmente se han multiplicado las organizaciones populares, que se reúnen por motivos que van desde la práctica del deporte. el cultivo de la música y llegan hasta las preocupaciones sociales fundamentales, como los problemas de la vivienda, el ahorro y crédito, las finalidades sindicales y de carácter político. Hay un avance muy notable de enriquecimiento del pueblo.
¿Es todo esto obra de la Iglesia? ¿Hasta qué punto constató usted el influjo de la Iglesia en esta transfomación social?
- Ha habido influencia de la Iglesia, conjuntamente con otras fuerzas que han actuado a lo largo y ancho del país.
Hay aporte de la Iglesia en la educación popular, la concientización, el mismo trabajo de evangelización, con una visión nueva del Evangelio que ha contribuído a poner en pie al pueblo ecuatoriano. Es un aporte que no hay que desestimar.
En América Latina se ha dado un resurgimiento de las organizaciones populares con su punto de arranque en lo eclesial. Hay organizaciones nuevas, como las comunidades eclesiales de base. Desde el punto de vista social, político y económico están las organizaciones populares con diverso signo.
La Iglesia presenta en Amériuca Latina dos tendencias marcadas en la actualidad: un sector conservador reacio a las transformaciones y otro progresista, de lado del pueblo. ¿Hay pugna al interior de la Iglesia?
- Propiamente no hay pugna, pero sí divergencias. Pugna significa guerra, donde hay enemigos y esto no se da en la Iglesia. Hay diferencia de pensamiento y objetivos y a veces también de métodos de trabajo. El pueblo capta estas divergencias, pero en el fondo mantenemos unión y personalmente creo que es muy útil que hayan diferencias, porque ayudan a un crecimiento armónico.
En este punto siempre utilizo la comparación que hizo Pablo VI durante el Concilio, cuando se hizo más notable esta divergencia a nivel mundial. El Papa dijo que había que considerar lo que sucede con un automóvil, que tiene freno y acelerador, debiéndose bendecir la existencia de estas dos fuerzas, porque un automóvil únicamente con freno no podría moverse de su sitio y si únicamente tiene acelerador, podría precipitarse fácilmente a un abismo.
En la Iglesia las fuerzas del freno y del acelerador se han dado, con beneficio, pues todos estamos trabajando por el mismo objetivo final y tarde o temprano nos encontraremos, pese a las diferencias, queno podemos llamarlas pugna.
Un automóvil también tiene marcha atrás. ¿Hay quienes van de retro en la Iglesia?
- Creo que sí. Un automóvil tiene marcha atrás. Hay efectivamente sectores que no quieren solamente quedarse parados y hacen fuerza para dar retro, si a eso puede llamarse fuerza.
Esto es cierto en la Iglesia, pero justamente para que no estemos solo de retro o solo parados, hay otras fuerzas que buscan la renovación, la respuesta a la problemática del Mundo.
Acepta Usted esas diferencias. ¿Cuáles son?
- Es necesario hacer historia, a grandes rasgos. Estuve en el Concilio Vaticano II y allí se produjo la presencia de los dos sectores. Los periodistas, con términos políticos, llamaron conservadores a unos y progresiastas a otros. La primera tendencia estaba adherida casi totalmente a la tradición y la otra buscaba cómo dar respuesta a los problemas tan diversos y tan nuevos del mundo actual, de acuerdo con la mentalidad de quien convocó el Concilio, el inolvidable Papa Juan XXIII.
A partir de allí surgierion las dos tendencias que han ido marcando la acción de la Iglesia en los países del mundo y especialmente en América Latina. Las diferencias van en el sentido de una mayor preocupación por la justicia, de acuerdo con la tendencia progresista o de avanzada, con el compromiso con los pobres.
La opción preferencial por los pobres, de que habla el Documento de Puebla, canoniza la postura de la parte de la Iglesia que busca la justicia. Del otro lado, en cambio, hay un mantenimiento de convivencia, de silencio a veces complaciente con situaciones injustas a pretexto de que hay que guardar cierta prudencia, porque se pueden solucionar los problemas de otra manera.
Hay también diferencias en el mismo campo religioso. La tendencia que busca la renovación quiere la aplicación de toda la doctrina riquísima que produjo el Concilio en la liturgia, en la catequesis y también en las relaciones Iglesia-Mundo.
La otra tendencia se empecina en mantener lo que ha sido tradición desde antes para las celebraciones litúrgicas e Latín, con las espaldas al pueblo. Prefiere mantenerse encerrada en un castillo o en la sacristía en vez de insertarse en el mundo, para hacer resonar la palabra del Evangelio en el corazón mismo de este mundo conturbado.
¿Definitivamente, usted se ubica en el sector progresista de la Iglesia?
- Sí, sinceramente tengo que ubicarme allí, pues siemnpre en esa línea he trabajado.
¿Cómo ubicaría, en general, a la Iglesia ecuatoriana?
- Este momento la Iglesia ecuatoriana ofrece perspectivas de esperanza fundamentadas. Hay un buen número de obispos que buscan la renovación, tanto eclesial como de compromiso con los pobres y la justicia, por una sociedad buena, humana y justa.
Sin afirmar que no hayan fuerzas conservadoras, que superviven aún en la Iglesia ecuatoriuana, creo que hay una gran esperanza. Haciendo comparación con otros episcopados, el ecuatoriano está con características muy notables de renovación, no tanto como sucede en Brasil, pero hay obispos que avanzan.
El nuestro es un país muy pequeño y yo tengo, sin embargo, mucha ilusión y mucha esperanza de la orientación que tiene nuestra Iglesia.
Su postura de renovación le ha traído persecuciones, problemas y molestias. ¿Puede contarnos experiencias en este campo?
- Sería largo decir todos los conflictos que me ha tocado enfrentar durante largos años. Conflictos de toda índole con amenazas hasta de muerte. Lo que puedo decir en términos generales es que he salido adelante en esos conflictos y he sabido superarlos con un enriquecimiento tanto para la Iglesia de Riobamba como personal para mí. Todo eso me ha ayudado a madurar.
El pueblo ha estado adherido a la línea de trabajo que la hemos ido trazando con ese mismo pueblo. Eso me ha fortalecido y ha sido beneficioso. Han habido ciertamente días negros, duros, llenos de nubes y de amenazas, como cuando honestamente se busca proceder de acuerdo con la justicia, se busca la libertad del pueblo, en el sentido cristiano de la palabra y cuando nos afianzamos en la fe cristiana, en el Evangelio, en el ejemplo mismo de Cristo.
Creo que ahí encontramos la fuerza suficiente para seguir adelante, con una luz que nos vuelve al mismo tiempo que humildes, valientes.
No mantengo en el corazón ningún resentimiento de herida o amargura e inclusive estoy siempre dispuesto -lo he dicho no solamente esta vez-, a prestar mis servicios a quienes han sido causa o motivo de nustro sufrimiento.
De modo que más bien bendigo a Dios que hayamos tenido ese tiempo de sufrimiento, de lucha y de crecimiento en nuestra vivencia de fe.
*El obispo Proaño murió el 31 de agosto de 1988.