El humor diferencia al hombre de los demás vivientes. La comunicación, la alegría, la tristeza y todas las reacciones vitales son comunes entre los seres que pueblan el planeta, pero el humor es atributo exclusivamente humano y, aún más, ni siquiera de todos los humanos.
De la misma manera que por la inteligencia el hombre se diferencia de los animales, por el humor se distingue de los demás congéneres de su propia especie.
Una gran distancia le separa del payaso. El uno es creador, el otro es repetidor. El uno hace reir, el otro es hazmerreir. El uno tiene humor espontáneo, el otro aprendido.
Los habitantes de la capital del Ecuador tienen fama por la "sal quiteña", esa chispa de humor oportuno que salpica de risa la rutina. La alusión burlesca, la sátira precisa, la ocurrencia súbita, son ingredientes que condimentan con ese sabor apetitoso los comentarios sobre la política y los políticos, sobre los acontecimientos trascendentales del país y sobre los personajes que han escalado las más altos peldaños de las responsabilidades públicas.
En Cuenca, en la década de los años 50, hizo fama un grupo de jóvenes intelectuales irreverentes que editaron La Escoba, periódico semanal que salía "cuando le daba la gana" y que un siglo antes lo había fundado Fray Vicente Solano. Ellos tomaron como referencia el estilo combativo del colérico clérigo, pero sustituyeron la agresividad con el humor, logrando tan buenos resultados como su patrono.
Hacer bromas es cosa muy seria. Quien no dispone de una dosis suficiente de "sal" y pretende preparar esos potajes, corre el riesgo de hacer ridículo. La gente puede llorar sin motivo, especialmente las mujeres, pero jamás puede reir sin motivo, a menos que tenga averiado el juicio.
Bien vale, entonces, recordar aquellos tiempos de La Escoba.
Al terminar la década de 1940 y durante la siguiente, Cuenca empezaba a salir de su enclaustramiento secular. Las comunicaciones con el resto del país, el intercambio de sus habitantes con otras ciudades inclusive del exterior, volvían ridículo el engreimiento por los valores del pasado, por los ilustres literatos que dieron fama y nombre a la "Atenas del Ecuador".
Gabriel Cevallos García, Francisco Estrella Carrión, Luis Moscoso Vega, Hugo Ordóñez Espinosa, José Cuesta Heredia, Jaime Montesinos Malo, Ramón Burbano Cuesta, Estuardo Cisneros Semería, Efraín Jara Idrovo, Marco Antonio Sánchez y Manuel Orellana Ayora, hicieron el poderoso equipo de redacción de la nueva etapa del periódico fundado por Solano y que, con el humor, pretendía demoler los muros de tradicionalismo que impedían mirar con claridad los nuevos tiempos.
El 10 de agosto de 1949 reapareció La Escoba con el número 39 y su editorial era un grito de guerra en la ciudad conventual en cuyas calles paseaban solemnes ejemplares de la fama literaria: "Practicaremos la elevada alquimia de convertir lo tonto en gracioso, lo nefando en risible, lo estirado en ridículo, lo prestigioso en trivial, lo afamado en vulgar, lo pedante en despreciable. Investigaremos hasta dar con la catarnica del orador, con el demonio de tantos genios montañeses o provincianos, con la fuente de muchas originalidades, con la biblioteca de ciertos catedráticos, con la codicia de innumerables políticos y con la miseria de un ejército de críticos".
Hasta mayo de 1951 La Escoba llegó a la edición 101 y advino luego una década en la que aparece y reaparece casi imprevistamente, hasta completar en enero de 1961 la entrega del número 196, el último. En cada reaparición asomaban nuevos nombres y desaparecían otros.
Nunca antes los jóvenes se burlaron tanto y tan bien en Cuenca de sus mayores, de las tradiciones y costumbres de la ciudad, siempre con refinado humor, como un arma imbatible. La presencia de La Escoba fue una respuesta inteligente de la juventud que reemplazaba una etapa cultural y social que se había mantenido anquilosada e inmamovible demasiado tiempo.
Francisco Estrella Carrión fue uno de los humoristas más notables del grupo de La Escoba. También uno de los más bohemios, lo que justificaba aduciendo que solo toman los seres inteligentes: " ¿Alguien ha visto a un asno ebrio?".
Director de teatro, profesor de inglés, doctor en Jurisprudencia, apasionado por el boxeo, periodista. Paco Estrella era todo un personaje destacado de la educación y la cultura de Cuenca en las décadas de los 50 y 60. Con predisposición natural hacia lo humorístico, encontraba el lado cómico en las ceremonias solemnes y en los actos respetables y serios.
Rodeado siempre de jóvenes -generalmente alumnos de la facultad de Filosofía-, el doctor Paco era infaltable en las runiones culturales y en los bares de los salones, donde resonaban las carcajadas por sus ocurrencias de último momento.
Nacido en 1923, Estrella Carrión murió en 1970. Desde entonces para los cuencanos de hoy, es toda una leyenda de humor. Muchas de sus bromas saben de memoria los viejos y los jóvenes y las repiten puntualizando "como decía Paco Estrella".
Rector del colegio Vicente Solano, alguna vez recibió un oficio de Gabriel Cevallos García, rector de la Universidad, reclamándole por algo que no marchaba bien en el plantel. El respondió la comunicación, atentamente y con pocas palabras: "Este oficio no me gusta, mantantirun, tirulá..."
Cuando advirtió que los alumnos tenían en general calificaciones bajas en música, ofició al profesor de la asignatura, Rafael Carpio Abad, expresándole preocupación porque "sus alumnos están cojeando en música". Carpio Abad, el autor de la Chola Cuencana, como todos saben, es cojo desde la infancia.
También tenía bromas originales de tipo familiar: alguien de su casa se quejó porque le dolía la cabeza y él respondió que le pasaba igual que al zapatero manco de la esquina, que "se queja siempre del dolor del brazo que no tiene".
Paco Estrella era parco con los desconocidos. Un día el peluquero le hacía la vida imposible hablando por los codos apenas él se sentó al sillón, hasta que al fin preguntó: ¿cómo le corto el pelo, doctor?. La respuesta fue un grito terminante: "En silencio, carajo...".
Alguna vez fue en busca de un amigo que vivía en una villa elegante, vigilada por un enorme can, especie por la que el doctor Estrella tenía terror cósmico. Cuando el animal arremetió contra la puerta mostrando sus dientes furiosos, la empleada se apresuró a decir que no lo tuviera miedo, pues solo ladraba y además el perro era castrado: "No tengo miedo a que me tire -respondió-, sino a que me muerda".
Los alumnos de Francisco Estrella recuerdan con afecto al maestro. Entre ellos pocos eran privilegiados porque los invitaba después de clase de inglés "al fondo del problema", una cantina así bautizada por él cerca de la Universidad y donde el maestro permitía que sus alumnos más queridos le llamasen "doctor Baco".
Julio de 1989