Humberto Ugalde es un hombre sobrio con experiencia. Conoce las delicias y las tormentas de las borracheras y no se avergüenza de recordar los tiempos en los que rindió devoto culto al dios Baco.
El 21 de junio pasado cumplió los 90 años de edad, feliz porque desde hace 30 y más años festeja sus aniversarios en sano juicio, en compañía de sus familiares y los más íntimos colaboradores de la obra de su vida: el Centro de Rehabilitación de Alcohólicos de Cuenca, el establecimiento más destacado de su especialidad en el Ecuador.
"Si yo no hubiese sido un asiduo bebedor jamás se me habría ocurrido fundarlo y no sé qué habría hecho de mi vida", afirma el hombre alto, viejo, flaco, con la cabeza llena de densos y lacios cabellos blancos, reacio a dejarse agarrar por la ancianidad, que asiste ocho horas diarias a su trabajo.
Llega y se va conduciendo su vehículo.
Casi tan maduro como el siglo, recuerda con nitidez la infancia en la escuela de los Hermanos Cristianos, a donde llegaba saltando las acequias que corrían al filo de las veredas, o al colegio Benigno Malo y luego a la facultad de Medicina, que dejó a medio terminar porque prefirió dedicarse a la vida de hacendado, hijo de padres pudientes.
"En Paute tenía una destilería, pero hasta los 30 años jamás le cogí gusto a la bebida. Luego las frecuentes reuniones, los compromisos sociales, me hicieron descubrir esa terrible miel que a uno lo absorbe y esclaviza", afirma recordando las farras, las citas de amigos con la guitarra y las deliciosas reuniones en las que no escatimaba generosidad con los más íntimos del alma.
En 1965 conoció a un médico cuencano que había hecho patria en Cuba y vino con la novedad de crear la primera organización de Alcohólicos Anónimos del Ecuador. "Miguel Márquez Vázquez me buscó para conversar sobre el proyecto y junto con otros compañeros de parranda decidimos tomarlo en serio", comenta como un chiste o una anécdota de tiempos idos.
Los comienzos no eran prometedores y luego de las reuniones el calor insinuante de la amistad llevaba a romper las promesas. Entonces Humberto decidió arrendar un cuarto en la calle Padre Aguirre, junto al antiguo teatro Candilejas, para instalar allí su proyecto de centro antialcohólico.
Su decisión estaba tomada, pues hasta 1967 había bebido lo suficiente. El local resultó pequeño para el número de adeptos al gremio de sobrios consuetudinarios que empezaron a competir por los días de abstinencia, por lo que buscó el apoyo del alcalde Severo Espinosa Valdivieso, que le prestó una sede más amplia frente al templo del Cenáculo, en la calle Bolívar.
Simultáneamente, presentó el proyecto de un Centro de Rehabilitación de Alcohólicos a la diócesis de Munich, que en 1972 le asignó 2.2 millones de sucres para financiar la obra, en un terreno de 10 mil metros donado por la Municipalidad en el barrio El Paraiso.
Hoy es un hospital de 80 camas, con la infraestructura más completa de la especialidad en el país, así como con el personal médico y especialistas para atender a un promedio de 40 pacientes diarios. "Los pacientes vienen del país y aún del exterior, porque el tratamiento que se ofrece es adecuado y satisfactorio", dice el hombre que se resiste a ser anciano y habla con el entusiasmo y la energía de una persona bien conservada de 70 y algo más.
Los 90, sin embargo, ya le pesan. "Además, tengo el segundo marcapasos conectado al corazón y mi vida está colgada de un hilo. Por eso estoy dedicado a organizar los documentos administrativos y económicos del CRA, pues quiero que todo quede en orden y con claridad, para que la obra siga sin alteraciones en el futuro", comenta con la naturalidad del ejecutivo que se dispone a dejar el escritorio para que lo use quien lo sustituya mientras se va de viaje.
Humberto Ugalde ha recibido homenajes y distinciones de autoridades e instituciones locales y nacionales. También ha viajado al exterior para establecer vínculos con entidades similares que han tomado como ejemplo el proyecto realizado en Cuenca. "Me llena de orgullo haber logrado éxito en esta obra humanitaria, que la considero formidable, pues puedo dar fe de los horrorosos estragos del alcoholismo y nada es mejor que contribuir para salvar a mucha gente de sus abismos", asegura.
A RECOGER LOS VASOS
El hombre de 90 años cumplidos conversa con facilidad de palabra y de recuerdos. Ni la vista, ni el oído, ni la memoria le fallan.
La oficina es una especie de consultorio y también confesionario, con las paredes cubiertas por diplomas, medallas y pergaminos que dan cuenta del reconocimiento a su obra. También hay fotografías con la trayectoria del CRA.
- ¿Por qué dejó usted de beber?
- Fue por "culpa" de mi esposa y mis hijos: ellos sufrían las consecuencias del alcohol en la vida cotidiana.
- ¿Fue un mal borracho?
- No: más bien un hombre tranquilo, que solía dormirme sin causar molestia a nadie cuando había bebido lo suficiente.
- ¿Buena cabeza para el trago?
-Eso, sí. Yo no caía y hacía largas jornadas. No es bueno que una persona sea así resistente a la bebida, pues hace menos daño a quienes se embriagan con poco y yo les felicito.
- ¿Qué les dice a los ebrios que vienen en busca de remedio?
- Que respondan a tres preguntas, si quieren rehabilitarse: ¿Por qué he venido? ¿Qué hago aquí? ¿Qué haré luego, al salir?. Quien reconoce que ha venido porque tiene problemas con el alcohol, que vino para recuperarse y que cuando salga no volverá a ingerirlo, está salvado.
- ¿Algunas experiencias sobre su obra en las personas?
- Hay muchas, muchísimas. Por aquí han pasado profesionales, hombres de cultura, comerciantes e industriales y también gente modesta y sin profesión en busca de ayuda para dejar el alcohol. Muchos regresan y lo hacen cíclicamente. Inclusive sacerdotes han sido huéspedes del CRA.
- ¿Anécdotas?
- En una ocasión me llamó una señora a quien el esposo golpeaba cuando bebía. Estaba alarmada: yo fui de urgencia a su casa y cuando ingresé la encontré semidesnuda, con el marido con una botella rota que se disponía a hundirla por el cuerpo. El hombre se detuvo al escuchar mi voz y aceptó salir a conversar fuera. Una hora después le acompañé de regreso al hogar y se disculpó ante su esposa. Desde entonces no ha vuelto a beber.
Otra vez un hombre celoso aducía que bebía porque la esposa le traicionaba. Yo le seguí la pista y supe que mentía o era un pretexto. Convine con ella para que permaneciera en un convento una semana, lapso dentro del cual el marido vino al CRA con el cuento de que era traicionado: entonces le llevé donde la esposa y le probé que ella no había salido del convento desde una semana atrás. El hombre tomó conciencia de su error, pidió perdón y desde entonces es abstemio.
Hay también casos dolorosos: no hace mucho un hombre con los nervios alterados por el alcohol al que los familiares trajeron al CRA, escapó por un descuido del personal y nadie sabía su fin, hasta que encontraron su cadáver en el río y fue identificado en la morgue.
- ¿Hasta cuándo será Director del CRA?
- No mucho más. Ya es tiempo de pensar en la retirada. Probablemente este año sea el último.Me siento en capacidad de trabajar, pero no puedo ocultar el peso de los años...
- Don Humberto está consciente de que hay que darse tiempo para recoger los pasos... y también los vasos.*
Julio de 1999
* Humberto Ugalde murió el 8 de octubre de 2000.