Si alguien pregunta en Cuenca por Carmen Estrella Villamana Bretos, no tendrá respuesta. Pero si pregunta por Osmara, le dirán: claro, la profesora de Danza, la señora que pasa las noticias por la radio...

El nombre de la artista oculta al que consta en la cédula de identidad de esa mujer cubana-española-ecuatoriana que llegó en 1951 a Cuenca para ofrecer un espectáculo y se quedó trasplantada para siempre.

Es una mujer con pasión congénita por la danza. En la escuela las compañeras le abrían espacio para verla desplazándose de puntillas por el patio de recreo, con movimientos plásticos vertiginosos, al son de la música.

Hija de padres españoles, había nacido en 1933 en Santiago de Cuba, provincia oriental de la isla caribeña, pero temprano fue con sus padres a radicarse en Zaragoza y luego en Barcelona.

Cuando tenía nueve años un espectáculo definiría su vocación: los hermanos Sakarov, rusos, ofrecían una presentación de danza que contempló absorta, fuera de sí. Al término de la función estaba segura de lo que tenía que hacer con su vida: danzar, danzar, danzar.

Asistió a academias de ballet, aprobó cursos de piano y canto, hasta que a los 17 años se abrió camino por América, empezando por México, donde hizo amistad con artistas consagrados que la apoyaron y admiraron.

Los medios de comunicación de Caracas, Bogotá, Lima, La Paz, Guayaquil, resaltaron las cualidades de la joven rubia, esbelta, escultural, que personificaba la música de Chopin, Schubert, Rachmaninoff, Saint Seans, Toselli, Bach, deslizándose descalza por los escenarios, ante públicos hipnotizados de júbilo y admiración.

Después de una presentación en Guayaquil alguien se le acercó para proponerle que actuase en Cuenca, una ciudad cuyo nombre jamás había oído. No tuvo interés, pero ese caballero, Luis Arias Argudo, acabó por convencerla ponderando la belleza de la ciudad y los movimientos culturales propicios para valorar su calidad artística.

Llegó a Cuenca una noche, desencantada por la ciudad pequeñita, poco iluminada, sin gente en las calles: pero al otro día descubrió la singularidad del sol cuencano. Había más claridad que en muchas ciudades conocidas, los paisajes eran de ensueño: "La gente era hermosa. Me parecía una raza distinta de América, una raza propia de Cuenca. Los rostros de la gente eran bellos, me enamoré de Cuenca", confiesa.

Su presentación en el teatro Sucre -entonces universitario-, cautivó al público y deslumbró a los hombres de cultura más notables. Ella fue a actuar luego en Quito, Ambato, Ibarra, pero retornó a Cuenca para hacer raíces de sangre y de arte, casada con el pintor Ricardo León Argudo.

Entonces empezó el reto más difícil de su carrera de artista, para enseñar la danza en Cuenca, una ciudad conventual donde la gente empezó por escandalizarse porque las jóvenes exhibían las piernas desnudas con movimientos atrevidos que ponían en riesgo su integridad virginal.

La curia y los púlpitos rechazaban la inmoralidad de semajantes artes corruptoras e hicieron desertar a muchas alumnas de la Escuela de Danza. Osmara consiguió un certificado de médicos notables para desvirtuar los riesgos que pudieran correr las bailarinas, pero prosiguieron las hojas volantes y los avisos en las puertas de los colegios para acusar el peligro físico y moral.

Entonces se hablaba de la inminente excomunión de la artista. Cuando un grupo de damas fue ante el obispo Daniel Hermida para explicar el valor cultural del trabajo de Osmara, el prelado las echó porque una de ellas vestía una blusa que dejaba al descubierto los brazos desde el codo hacia abajo: ¡Semejante indecencia en la misma curia!

La artista -católica, además- insitió en sus empeños apoyada por su esposo y gente de cultura, inclusive padres que obligados por las circunstancias retiraron a las hijas de la academia, pero le expresaron privadamente su respaldo.

En 1959 Carlos Cueva Tamariz, rector de la Universidad y Presidente de la Casa de la Cultura, invitó a Osmara a fundar la Escuela de Danza de la Universidad, que años más tarde se integraría al Conservatorio José María Rodríguez, con brillantes maestros que siguen el camino abierto dificultosamente por la artista.

Osmara ha triunfado. Escogió a Cuenca entre muchas otras ciudades del mundo donde podía realizarse, pero también se siente realizada aquí: "lo que vale es hacer arte, no importa dónde e inclusive no importa si lo entienden. Yo estoy feliz por lo que he hecho".

Además, los tiempos cambiaron. Desde hace mucho es admirada en Cuenca por la lealtad a su vocación y por mejorar la cultura y sensibilidad del público. Ella ha promocionado el arte folclórico de Cuenca en el país y el exterior, trayendo inclusive premios como el que alcanzó en una cita internacional de danza en Miami.

También ha sido reconocida por su obra por el Ministerio de Educación que en 1967 le entregó la Condecoración al Mérito Cultural de Primera Clase, por la Municipalidad de Cuenca y por organizaciones de padres de familia.

El Congreso le aprobó el año pasado una pensión vitalicia por cinco salarios mínimos, cuyo trámite es anecdótico: el decreto beneficiaba a Osmara de León, pero ella pidió rectificarlo para cobrar las mensualidades, pues se llama Carmen Estrella Villamana Bretos, un nombre por el que nadie puede dar razón en Cuenca.

 

LOS HORIZONTES LEJANOS

Cuando el nueve de junio de 1996 Ricardo salió temprano, como de costumbre, a tomar su café negro en el hotel El Dorado y regresar con los periódicos, Osmara le avisó que prepararía las empanadas chilenas que tanto las gustaba.

Pero en minutos la empleada de casa entró alborotada a la habitación de Osmara para avisarla que algo grave le había ocurrido al señor Ricardo. La esposa presintió que había muerto y salió disparada: en el hospital le dijeron que el pintor yacía en la morgue.

Era otro golpe en la vida de la artista, desde que en 1959 su madre que le acompañó a vivir en Cuenca, murió. Por su cerebro pasaron escenas de la vida que compartieron los dos, empezando por aquellas previas al matrimonio, cuando el pintor se dio por aparecer entre el público cuando ella actuaba en Cuenca o en otras ciudades del país.

También el respaldo que encontró en las horas más difíciles y esa voluntad de ayudarse mutuamente: Ricardo León había construido la casa matrimonial con una sala para presentaciones de teatro en la planta baja, que acabó por convertirse en un cine, el Candilejas.

A poco que se casaron el esposo fue Concejal y ella recuerda que Cuenca era entonces tan tranquila, que solía pasear las noches por la orilla del río Tomebamba hasta la hora de encontrarse a la salida de las reuniones municipales para ir juntos a casa.

A Ricardo le atropelló un carro frente al hotel El Dorado. El había hecho dos retratos de la esposa y ambos están en galerías privadas, sin que cumpliera el proyecto de pintar a la familia junta, en un cuadro inmenso, donde apareciera inclusive el perro Cuquer que se enfermó después del trágico accidente y murió poco después.

Ella alterna la docencia en la Escuela de Danza con la radio, otra de las pasiones de su vida: desde hace 25 años locuta en Ondas Azuayas, en la que en una etapa anterior presentaba historias noveladas, de su creación, con temas de la vida cotidiana. Su voz meliflua, adiestrada para la locución y el canto, no ha envejecido desde la juventud.

La edad no le pesa: "Siempre hay algo por delante. Con mi hermana solía remar en el mar en la adolescencia y veíamos la línea azul del confín, a la que queríamos llegar, pero siempre aparecía un horizonte más lejano. Así es la vida".

Tampoco le teme a la muerte, aunque no le gusta, porque es hermoso vivir en este mundo "que es un paraiso en el que nos ha puesto Dios para disfrutarlo, pero lastimosamente lo estamos destruyendo".

Pocos seres íntimos le quedan en la vida: Jazmín, Irina y Ricardo Antonio son sus hijos. La primera vive en Alemania y le ha dado dos nietos. Una hermana reside en México: es el último recuerdo de sus padres, Antonio él y Antonia ella, nombres que le traen a la memoria "cómo se festejaba en grande en casa   los onomásticos".

 

Septiembre de 1999

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