Las imponentes moles geológicas del Tahual se miran frente a frente como monstruos desafiantes, apenas separados por un cañón de cincuenta metros, en cuyo fondo se desliza -se deslizaba más bien- el río Paute.

 

Las abruptas montañas, a media distancia entre Cuenca y Azogues, invitan a coronarlas: un magnetismo telúrico atrajo siempre al hombre hacia lo alto, donde el espíritu se expande al infinito y se estremece de vértigo sobre el abismo.

 

Desde la cúspide de las montañas se divisa el enorme valle -el Guapondelig de los cañaris- que seguramente en tiempos milenarios dio cabida a un enorme lago que al abrirse paso por el Tahual provocó una primera modificación de la geografía. Los hallazgos de esqueletos fosilizados de peces o restos de conchas marinas, confirman este criterio de los investigadores.

 

Ahora, otra vez, desde el Tahual se contempla el lago que inundó una extensa zona a raíz del episodio de La Josefina. Asombra, conmueve y duele la exraña belleza del nuevo paisaje que sumergió viviendas, cultivos, querencias y recuerdos. Para quienes poblaron esos sitios, el espectáculo es desconcertante: la geografía cambió imprevistamente y un nuevo panorama sustituyó como un montaje fotográfico al que estaba allí antes: Un sentimiento de culpa se apodera de quien, trepado en lo alto del Tahual, no puede inhibirsde al encanto del paisaje surgido con las sacudidas de la catástrofe.

 

La naturaleza se cobró su revancha. Bajo el espejo de aguas están caminos, fábricas, industrias y maquinarias con las que el hombre fracturó los cerros. Un silencio ignorado y casi espantoso aniquiló al río que cruzaba por allí con sus murmullos.

 

Un reciente estudio geológico de varias instituciones que trabajaron bajo la dirección del Consejo Nacional de Universidades y Escuelas Politécnicas (CONUEP) califica al Tahual como zona de máxima susceptibilidad de deslizamientos, donde “debe prohibirse terminantemente el uso de estos sitios para asentamientos humanos y ubicación de obras civiles”.

 

La peligrosidad fue advertida hace 160 años por Fray Vicente Solano, clérigo que aparte de fundar el periodismo en Cuenca hizo interesantes investigaciones científicas: “Supongampos un momento que estos ríos no tuviesen su curso curso por la travesía del Tahual -consta en el tomo IV de sus obras completas-, claro es que todas las aguas se represarían, formando un lago inmenso...” Y eso es lo que pasó en estos tiempos.

 

Subirse a la corona del Tahual es una experiencia vital maravillosa: allí se respira a pulmón lleno, se goza de la inmensidad del horizonte y se estremece con el vértigo, pero también se advierte el riesgo que se cierne para las partes bajas, incluída la ciudad de Cuenca, si no se toman precauciones para evitar un nuevo deslizamiento y una catástrofe tan grave o mayor de la ocurrida.

 

Desde primitivos tiempos el hombre pobló de leyendas, mitos y divinidades a las montañas y en el caso de la zona de la catástrofe, bien vale apuntar lo que refiere Federico González Suárez en Estudios históricos sobre los Cañaris:

 

“Los cañaris conservan una tradición antigua acerca de su origen en la cual no deja de encontrarse un fondo de verdad y una como reminiscencia difusa y lejana de hechos bíblicos, mezclada con fábulas y supersticiones puramente locales.

 

“Decían, pues, que en época muy remota había estado poblada toda la provincia del Azuay, pero que todos los habitantes que entonces existían habían perecido en una inundación general que cubrió toda la tierra”.

 

Cita luego la leyenda de la guacamaya, según la cual de la formidable inundación sólo se salvaron dos hermanos que se refugiaron en la cumbre de una montaña, donde eran alimentados por una guacamaya con rostro de mujer con la que acabó desposándose uno de ellos, para dar origen a la nación de los cañaris.

 

 

 

Julio 4 de 1993

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