El hombre está trepado sobre la estructura metálica de más de veinte metros de alto y su figura se recorta como una toma cinematográfica en el cielo de la tarde radiante de sol.

 

“Todas las mañanas pienso que puede ser mi último día: un resbalón y se acabó para mí el mundo”, confiesa sin interrumpir su apurado trabajo para templar con una polea los gruesos cables que cruzan el río y sostendrán el nuevo puente colgante.

 

El suizo, Toni Ruttimann, llegó en 1987 al Ecuador, después de mucho recorrer el mundo, cuando recién había cumplido veinte años. Aquí encontró inesperadamente lo que andaba buscando: un país donde construir puentes.

 

“No es coincidencia, es destino”, enfatiza al referirse al lugar donde nació, Pontresina (”el pueblo del puente”), en cuyo escudo hay un puente que acaso determinó su vocación. Su apellido, además, tiene una traducción metálica: rulimán.

 

Lleva construídos 34 puentes y son los más baratos del mundo, con materiales de chatarra donados por instituciones, además de los fabricados más rápidamente: en dos semanas a un mes están listos, según las dimensiones, de decenas hasta los 240 metros, como los de la región amazónica.

 

Mientras se moviliza con la agilidad de un simio por los travesaños de diversos niveles, Toni explica el contenido filosófico de su aventura de unir orillas. “Es lo que más me gusta y estoy feliz porque son de chatarra. La madre Teresa decía que es hermoso hacer por amor lo que otros hacen por dinero y yo creo que es hermoso hacer con material desechado lo que otros hacen con sobreprecios. Soy puentero, es la tarea en este mundo, como del panadero es hacer pan o del zapatero los zapatos”.

 

El de Uzhupud es el segundo puente de Toni en la zona de la catástrofe de La Josefina. Tiene 99,99 metros de largo: “no ciento, hay que ser exactos y no cometer exageraciones centenarias”. Sonríe con la dulzura e ingenuidad de un niño.

 

Sus ojos azules encendidos por los últimos rayos del sol contrastan con la piel bronceada del europeo curtido en tierras ecuatoriales, mientras habla un español campesino, porque sólo va a las ciudades a gestionar ayuda para sus obras o, como en mayo último, para recibir una condecoración del Presidente de la Repúbloica en premio porque dos semanas después del viuolento desagüe de La Josefina estrenó el puente de Chicty, primera obra de reconstrucción de Paute.

 

“Esa condecoración no me gustó tanto por el honor, sino porque me la entregó el papá del país en nombre de los ecuatorianos. Me produjo la misma satisfacción que siento cuando la gente me pasa gritando Toni, Dios de pague, al verme encaramado en lo alto”.

 

Su compañero inseparable es Walter Yánez, algo menor que él, quien hace de soldador. “Yo le llamo Sancho. Tiene una gran paciencia y una enorme capacidad para hacer las cosas”, dice.

 

Ha caído el sol y el suizo se empina como un Quijote en un peldaño del armatoste para comunicarse por radio con el lado opuesto, donde está una estructura similar: “se acabó la jornada, amigo, a tomar las herramientas y abajo”, le grita a Walter.

 

Se desliza velozmente desde lo alto, abrazado a uno de los parantes, hasta la plataforma que sirve de estribo, de donde salta los tres mestros y algo más para llegar al nivel más bajo y estrechar la mano del periodista que le espera. “No utilizo esa escalera de palos porque está muy vieja. Así es más seguro”, responde al estupor del visitante por semejante acrobacia.

 

Un enorme pedregal ha sustituído al valle con extensos cultivos de caña de azúcar que había antes en las riberas del río Paute. Frente a frente, las torres de chatarra pintadas de rojo y blanco que sostendrán el puente colgante, se convierten al llegar la noche en grandes fantasmas improvisados por el desastre. Junto a uno de ellos está la caseta remolcable donde residen Toni y su compañero de aventura y heroismo.

 

Toni es un hombre profunamente religioso y seguro de sí mismo. “me criaron católico, pero ahora yo comulgo con el dios de todas las religiones. Mi misión es la de ser puentero y esta convicción me da potencia y seguridad, aunque estoy consciente de que cada día puede ser el último. Esto me induce a trabajar sin pérdida de tiempo”.

 

En principio parco y receloso por contar sus cosas, el personaje ha entrado en confianza al fin de la jornada: “yo no soy empleado de nadie, ni tengo afiliación ni jefes. Sólo confío en mi diosito -sus ojos miran piadosamente el cielo-, en el soldador y en mí. Cuando estoy en el aire más arriba está mi jefe y nunca lo cambiaré por nadie, porque sería quitarle la confianza y, entonces, sí que me pesaría”.

 

La familia en Suiza es feliz por su trabajo y cuando le visitaron alguna vez sus padres, su hermano y su hermana, regresaron contentos al constatar que Toni es útil lejos de su país. “Qué padres no serán felices si su hijo trabaja por el bien de los demás, aunque sé que ellos están predispuestos a recibir alguna vez una nota que diga su hijo murió... He pasado tantos peligros, he corrido tantos riesgos, que cada día vivo de yapa, por milagro”, dice con la certeza de quien tiene los pies firmes sobre la tierra, aunque esté enarbolado sobre su rascacielo de fierros.

 

El personaje, popularmente llamado Toni El Suizo, tiene en su meta volver a su país después de construir cien puentes, probablemente con una compañera ecuatoriana, para trasponer con ella el gran puente de la vida.

 

Toni no había construído un puente en su país y aprendió el oficio cuando a poco de llegar al Ecuador un terremoto en la región amazónica aisló a miles de campesinos. Obtiene los cables y las piezas metálicas necesarias como donación de empresas petroleras y de particulares, pues se ha convertido en un personaje al que la gente ayuda de buena voluntad por la eficacia de su trabajo.

 

“Cuando tomo un bus en Quito cualquiera me reconoce y promueve una colecta entre los pasajeros. Yo utilizo din desperdiciar ese dinero, porque son sagrados los fondos obtenidos gracias a la solidaridad”.

 

La Municipalidad de Paute construyó los estribos de piedra y cemento para sostener las estructuras de los puentes de Chicty y Uzhupud y cuando entró a servir el primero de ellos, quiso entregarle un aporte en agradecimiento, pero Toni rechazó la oferta: “construir los puentes no es mi negocio, sino mi vocación”. Le basta lo indispensable para subsistir normalmente y además recibe ayuda de sus compatriotas, porque en Suiza también es popular como constructor de puentes en un remoto país suramericano.

 

Dos meses después que construyó el puente peatonal de Chicty, el Ministerio de Obras Públicas colocó junto a él otro, de estructura Bayley, para el paso de vehículos. Toni no siente celos por ello y más bien le complace percatarse de que mucha gente prefiere atravesar el suyo, porque además del servicio que ofrece, está impregnado del símbolo de urgencia y sacrificio con el que fue construído.

 

 

 

Agosto 29 de 1993

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233